domingo, 20 de junio de 2010

Y entonces lloré

Ambos llevábamos un tiempo leyendo. Los dos permanecíamos en silencio, entregados al placer de la lectura, cada uno tirado en un sofá diferente y con la única compañía del aire fresco de las primeras horas de la mañana entrando por la ventana y acariciando nuestros cuerpos. Las hojas pasaban y la hora de comer se acercaba. Propuse saltarnos el guión e ir a tomar unas cañas y unas tapas. Una costumbre propia de esta parte de la Mancha, con numerosos seguidores y fieles.

Las cañas fueron saboreadas por ambo paladares. Las tapas tuvieron el mismo destino. De pronto y sin saber muy bien cómo, o quizás si, la literatura se hizo protagonista de la conversación. Al principio lo típico, que si el libro está bien, que si está mal, pata tin, pata tan. Que si la narrativa es clara, opaca, fluida, espesa, inquieta, muerta, certera, abstracta… que si la historia está bien, o mal. El caso es que los escritores también viven sus experiencias, recorren el camino y en muchas ocasiones ello queda plasmado en sus escritos.

Un familiar querido muere. Ha muerto, y la ausencia física y mental tan solo puede suplirse con el recuerdo. Él permanece solo en la habitación a pesar del paso del tiempo. Sola, lo mismo da. El alma del ausente, su espíritu, hace acto de presencia y la abraza con una calma pausada que la duerme, y tiene la misma sensación de humedad y calor que cuando te das una ducha sin prisa en el invierno frío y el vapor del agua caliente al terminar te atrapa, te envuelve primero sobre la piel y después bajo la toalla. La sensación es infinita, placentera y reparadora. El mecanismo del misterio de la vida, de la literatura, se ha iniciado nuevamente y algo, alguien, susurra al oído que está en otra parte, en otro lugar más apacible que este, y te lo dice para que no te preocupes, para que seques con sus recuerdos las lágrimas de tristeza y las cambies por las de la esperanza y la alegría. Esa voz suave y calida que te embriaga y transmite sosiego, calma. Una sensación misteriosa recorre tu cuerpo y te sobresaltas pues no das crédito, miras a un lado y a otro de la habitación buscando y no encuentras. Estás sola pero no lo estás. Y encima comienzas esa novela, la de Sevilla en el siglo XVII, y lees una página tras otra, la historia te ha embelesado, y te sumerges en la descripción de esa misma experiencia que tuviste tú tiempo atrás, que posiblemente haya tenido la autora, y que te emociona hasta que las lágrimas que esperan su hora comienzan a surcar tus mejillas. Los ojos oscuros que te han dado se humedecen, se acristalan, la novela ha traído al presente el recuerdo emocionado del pasado, tu experiencia, tu anhelo, el sentimiento más bello que poseemos, el amor por el hermano que repentinamente ha marchado…

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