viernes, 27 de julio de 2012

Un hombre para la eternidad


Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Y hay películas –secuencia de imágenes- de cuya “lectura” se pueden sacar infinitas conclusiones y motivos para la reflexión. Una de ellas es Un hombre para la eternidad (A man for All Seasons, 1966), dirigida por Fred Zinnemann y ganadora de 6 Oscars con Robert Shaw en el papel de Enrique VIII y Paul Scofield en el de Tomás Moro. Se trata de una película para la eternidad.

Tomás Moro es decapitado por ser leal a su conciencia, a la Iglesia Católica y por su fidelidad y amor a Dios. Por ser coherente consigo mismo y sus convicciones, frente al poder. Hombre público, en su condición de jurista fue miembro del Consejo de Estado y ocupó distintos puestos de relevancia, tanto en los más altos tribunales como en su condición de canciller de Inglaterra; puesto este último para el que fue nombrado por el mismo rey Enrique VIII. Cuando nace el problema sucesorio en el seno del matrimonio entre el citado monarca y Catalina de Aragón –no pueden tener descendencia-, Enrique VIII ve en el divorcio la solución, un camino que implicaba la ruptura con la Iglesia de Roma, de la que era miembro. Tomás Moro es presionado por el cardenal Thomas Wolsey (Orson Welles) para que apoye a Enrique VIII. La respuesta de Moro ante la coacción del poder es de lo más sugerente: “Creo que cuando los hombres de Estado se olvidan de su propia conciencia y la anteponen a sus deberes públicos, conducen a su patria por el camino más corto hacia el caos. Entonces únicamente confío en la oración”. Acusado de alta traición, es decapitado el 28 de enero de 1547 por negarse a jurar y reconocer a Enrique VIII como jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra. Llevó sus convicciones hasta la muerte.

Después de ver Un hombre para la eternidad, y analizando la trayectoria seguida por nuestro actual régimen – ¿democrático?-, uno se pregunta por la conciencia de muchos de los hombres que nos gobiernan o que tienen algún tipo de responsabilidad pública, porque mira que el caos es morrocotudo. Claro, que aquí nadie será “decapitado”, y a buen entendedor,…, ya saben.


miércoles, 25 de julio de 2012

Festividad de Santiago el Mayor


Santiago el Mayor fue uno de los Apóstoles de Jesús y hermano de Juan. Su biografía cristiana empieza cuando, pescando junto a su hermano en el lago de Genesaret, ante la llamada de Jesús lo deja todo y Le sigue.

Uno de los discípulos más apreciados por Jesús, estuvo presente -junto a Simón Pedro y su hermano Juan-  en dos de los momentos más importantes de la vida del Maestro: la transfiguración en el monte Tabor y la oración en el Huerto de los Olivos. Así mismo, las Sagradas Escrituras dan cuenta –en los Hechos de los Apóstoles- de la presencia de Santiago el Mayor en el Cenáculo en espera orante de la venida del Espíritu Santo:

"Los Apóstoles regresaron entonces del monte de los Olivos a Jerusalén: la distancia entre ambos sitios es la que está permitida recorrer en día sábado. Cuando llegaron a la ciudad, subieron a la sala donde solían reunirse. Eran Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago, hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas, hijo de Santiago. Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.” Hechos 1, 12-14.

Decidió libremente seguir la llamada de Jesús y lo dio todo, incluso la vida:

“Por aquel entonces, el rey Herodes hizo arrestar a algunos miembros de la Iglesia para maltratarlos. Mandó ejecutar a Santiago, hermano de Juan, y al ver que esto agradaba a los judíos, también hizo arrestar a Pedro. Eran los días de «los panes Acimos». Hechos 12, 1-3.

Morir por Jesús no es un hecho aislado del pasado, hoy ocurre a lo largo y ancho del mundo, probablemente mientras escribo estas líneas algún cristiano esté pagando las “consecuencias” de seguir a Jesús, Crucificado por nosotros. En el día de su festividad conviene resaltarlo, y más cuando hablamos del Patrón de España.

Santiago el Mayor, por Rembrandt, 1661.

lunes, 16 de julio de 2012

Buenas tardes

Con razón los arrullos del jueves tarde en el parque de Abelardo Sánchez tenían un tono diferente. La Banda Sinfónica tomaba de nuevo el templete del retiro albaceteño con la presencia de un público fiel y la expectación y el acompañamiento del arrullar de las palomas.

Pero de lo que intentan hablar estas líneas es de otra cosa. Resulta que encontrábase servidor en pleno concierto, sentado en un banco frente al templete, inmerso en la lectura de El Hereje, de don Miguel Delibes, y escuchando la magnífica interpretación de El barbero de Sevilla, de G. Rossini, cuando la señora de pelo gris se acercó. Tendría alrededor de unos 60 años, ni muy alta ni muy baja, con la esbeltez por silueta y una revista en las manos. Yo, a vueltas con los dimes y diretes de Lutero, su reforma y –como siempre pasa- contrarreforma, a penas me había percatado, en un principio, de su presencia. En esto que escucho, en un tono sigiloso, como sin querer molestar, un tradicional “buenas tardes”. Buenas tardes.

Hemos llegado a unos niveles de progreso y avance científico y tecnológico que nunca jamás hubieran imaginado nuestros antepasados y, sin embargo, un cortés “buenas tardes” dicho por un “extraño” llama nuestra atención. O al menos la de servidor. Las buenas maneras, los nobles modales, la cortesía –que no quita lo valiente-, deberían volver a ser protagonistas del día a día y de nuestra relación con los demás. Tampoco nuestros antepasados hubieran imaginado que un gesto de educación como el citado merecería unas pocas líneas a modo de comentario, carta o artículo, pero aquí está. Buenas tardes.



*** Publicado en La Tribuna de Albacete el 14.07.2012
*** Publicado en Hispanidad el 13.07.2012


jueves, 12 de julio de 2012

martes, 10 de julio de 2012

El manuscrito


Los tonos oscuros del entorno ayudan a resaltar todavía más la serenidad de la composición.

La expresión de la mano que escribe nos indica un alto en el camino. De lo contrario los dedos y la posición de la muñeca serían distintos, como en tensión. La mano pausada sujeta entre sus dedos índice y pulgar la pluma. Pero no se trata de una pluma como las de ahora, sino que pertenece al pasado, a un pasado, eso sí, incierto. Podría tratarse perfectamente de la mano de Cervantes, de su pluma y del puño abierto de su camisa. Perdió el brazo izquierdo, no el derecho. Quizás si nos detenemos en el tintero se nos venga abajo lo dicho: ¿demasiado moderno para el siglo XVI, principios del XVII? Puede ser.

Bajo la mano, la pluma y el tintero, lo importante: el manuscrito. Y aquí ahora la imaginación es libre…



Una mano que escribe



En las nubes

Internet forma parte de nuestras vidas, qué duda cabe. Es un mundo en sí mismo, por algunos calificado como “red de redes”. Hoy día, tener acceso a Internet es poder bucear, si no en todo, en buena parte de los temas relacionados con el universo, si se me permite la expresión. Cervantes, para quien “la libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos” -¿o lo es para nuestro hidalgo más famoso?, ¿o lo es para los dos?-, posiblemente se hubiera quedado maravillado ante la posibilidad de acceder al resto del mundo desde la celda donde comenzó a escribir la obra de la literatura española más universal. 

Dicen que para aprender a escribir una biografía hay que leer antes a Stefan Zweig, para muchos el mejor biógrafo de la literatura europea del s. XX. En Internet consulté las obras disponibles en la biblioteca del barrio y allí que me dirigí. Volví a casa con María Antonieta, Balzac: la novela de una vida, Montaigne y con Fouché, el genio tenebroso. Antes, en la zona de los ordenadores, me encontré con la señora Paca, la vecina del tercero derecha. Doña Paca tiene ya ochenta y cuatro años, pero se conserva muy bien, ¡menuda cabeza! Me extrañó verla sentada delante de un ordenador y es que, entablada conversación, resulta que había hecho un curso de Internet para mayores y estaba practicando: “llega una edad en la que hay que adaptarse a los nuevos tiempos”, me dijo. Estaba consultando una página Web dedicada a la cocina tradicional; al tiempo que tomaba notas de las recetas que desconocía, hacía sus aportaciones en el foro habilitado al efecto. “Luego mis hijos y nietos se chupan los dedos”, señaló arrancándome una sonrisa. 

En una entrevista publicada en el XL SEMANAL de 1 de julio de 2012, preguntado a cerca del fenómeno de Internet y su uso, Umberto Eco contestó: "usted y yo, que gozamos de cierta riqueza de conocimientos, podemos aprovechar mejor Internet que aquel pobre señor que está comprando salami en la charcutería de ahí enfrente”. “Internet es un peligro para el ignorante porque no filtra nada. Solo es buena para quien ya conoce y sabe dónde está el conocimiento”, ésta es otra de sus lindezas. Me acordé entonces de doña Paca, antes de su contacto con Internet tuvo dos ocupaciones principalmente: ayudar a su marido en la charcutería y atender al resto de la familia. ¿Qué pensaría la señora Paca si, navegando en Internet, se topa con las declaraciones del famoso escritor y filósofo italiano? ¿Estará muy en las nubes el ático de Milán en el que vive el señor Eco? 


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(Escrito para el taller de articulismo del curso de verano la UNED «Grandes nombres del periodismo literario»)