jueves, 23 de agosto de 2012

Balzac. La novela de una vida, de Stefan Zweig


Hace un tiempo Fernando R. Genovés me advirtió de la maestría de Stefan Zweig en su condición de biógrafo. Antes de ponerme a leer a Honoré de Balzac, Las ilusiones perdidas, tuve a bien conocer más a fondo su vida y obra. En Balzac. La novela de una vida, de Stefan Zweig, he visto satisfecha mi curiosidad.

Finalicé su lectura el pasado 15 de agosto y aún hoy, cuando cierro los ojos, veo a Balzac levantándose de su lecho al filo de la media noche y, vestido con su túnica blanca al modo de los frailes dominicos, ponerse a escribir de una tacada durante 15 o 17 horas seguidas, parando únicamente para tomar un almuerzo ligero o darse un baño en el que poder relajar la mente durante unos pocos minutos. Bebedor empedernido de café fueron cientos de miles de horas las que Balzac dedicó a escribir infinidad de cuartillas, dejando para la posteridad una de las obras más extensas de la literatura de todos los tiempos.

Escribió absolutamente de todo, novelas, relatos, teatro, artículos, cartas, fundó periódicos y revistas que prácticamente escribía en solitario, y mucho de lo que hizo tuvo su origen en una característica que le acompañó durante toda su vida: vivió endeudado y murió arruinado. Por eso se dice que de su ingente obra literaria tan solo una parte merece la pena, seguramente aquella que escribió sin la presión de sus acreedores o del fisco de la época. Y es que su ambición le llevó a emprender mil y una empresas fracasando en todas y cada una de ellas con una excepción, su empresa literaria.

Balzac se propuso fotografiar “literariamente” al conjunto de la sociedad de su tiempo, para ello se valdría de un conjunto de novelas en las que aparecerían unos 4000 personajes. Es lo que Balzac denominó como La Comedia Humana, el retrato social más fidedigno de su época. Una muerte temprana le impidió culminar un proyecto que había preparado minuciosamente. No obstante, dejó para la posteridad la vida de Francia vertida a lo largo de 2000 personajes.

Stefan Zweig admiró profundamente la vida y obra de Balzac, al que consideró el más grande de los escritores. Prueba de ello es esta obra póstuma en la que se adentra en lo más profundo de sus pensamientos, interrogantes, contradicciones, pasiones y modus vivendi.

Ha sido todo un acierto seguir la sugerencia de Fernando R. Genovés, al que desde aquí agradezco su consejo; es momento ahora de sumergirnos en la Francia de Las ilusiones perdidas.


miércoles, 8 de agosto de 2012

Sendino se muere

Siempre que salgo de viaje echo varios libros en la maleta de la moto. “Sendino se muere” cayó en mis manos justo en esos momentos de preparativos previos y lo eché. Disfruto de unos días de descanso en un la costa mediterránea y  varios son los frentes que tengo abiertos en lo que a lecturas se refiere,  el de Pablo D´ors lo terminé ayer.

Pablo D´ors, en su condición de capellán de un hospital, nos cuenta la historia de la doctora África Sendino. Más bien una parte de la misma. Un buen día Sendino advierte la presencia de un bulto  en su pecho y ella, que es médico, no duda un instante en acudir a sus colegas del hospital para que la sometan a las pruebas pertinentes.  “A las nueve y cuarto salgo de su laboratorio con un nuevo panorama vital: tengo cáncer”, escribe Sendino en su diario.

D´ors destaca en ella, nada más conocerla, tres cualidades: su compostura, su manera de hablar y su altísimo nivel espiritual. “Si Dios me brindase rebobinar la moviola de la vida y me ofreciera elegir entre las dos opciones posibles (salud sin quiebra o lo que realmente me ha sucedido), no podría decir que no a lo que sucedió en realidad. Porque Dios no nos ofrece la enfermedad como castigo, sino como camino. Y porque en ese camino yo estoy aprendiendo intensísimas lecciones de lo que supone que Dios componga el argumento de mí biografía. Comprendo por fin que la Providencia divina no es un simple planteamiento, sino una realidad cotidiana que me aguarda en el rostro de mis amigos. Y presencio, como un espectáculo grandioso, hasta dónde puede llegar la bondad de quienes me rodean”, señala en su diario.

Pablo D ´ors asiste a la doctora África Sendino en su condición de ministro de la Iglesia Católica. Probablemente, conocedora de su faceta como escritor, Sendino pide a su capellán que la ayude a dejar por escrito el testimonio de la experiencia vital que ahora enfrenta en su camino, la enfermedad.

“Sendino se muere” es ese testimonio. Una narración sobrecogedora en la que Pablo D´ors vierte con sencillez descriptiva y profundidad humana y espiritual la vivencia de una mujer de fe ante la noticia de un cáncer que finalmente termina con su vida. Pero hay más, como médico la doctora África Sendino se adentra en el mundo de la medicina y en como pudiendo hacerse mucho más, sobre todo a nivel humano, se hace tan poco.  “Porque, durante mi enfermedad (o quizá siempre, pero solo ahora lo he percibido), he sido receptora de continuas y conmovedoras muestras de afecto. Gracias a que yo era médico, por ejemplo, todo se me hizo de forma inmediata, con un compás de espera mínimo. ¿Qué deben ser –me pregunto- las esperas, llenas de incertidumbre, de las gentes ajenas al hospital? Trata a cualquier enfermo como quisieras que te tratasen a ti mismo, esa es la ley”, lo que no es sino un órdago a la profesión médica, que con tanta frecuencia incumple “la ley”.

Humanidad, espiritualidad, fortaleza, sinceridad, humildad y aceptación se dan cita en “Sendino se muere”, un testimonio excepcional de una mujer que ve en su enfermedad un regalo de Dios, la oportunidad de poner en práctica la “teoría” aprendida durante su vida. Y creo que es eso precisamente, aceptar la enfermedad como un regalo divino, lo que nos admira y conmueve de África Sendino.

Estamos ante una hermosa historia vital cuya lectura es, sin duda, más que recomendable.

SENDINO SE MUERE, PABLO D´ORS, (Editorial Fragmenta, 2012)

jueves, 2 de agosto de 2012

Una exposición de e-books


El amante del libro tiene una oportunidad de oro para acercarse a Madrid y disfrutar con la exposición Grandes encuadernaciones en las Bibliotecas Reales (S.XV - S.XXI), en el Palacio Real. Un recorrido por las obras más selectas que forman parte de las bibliotecas de las distintas casas reales a lo largo de más de cinco siglos. Y de colecciones privadas como la de Diego Hurtado de Mendoza o Diego Sarmiento de Acuña, Conde de Gondomar. Auténticos tesoros con cuerpo y alma, un canto al libro y, nunca mejor dicho, a las joyas de la corona. Ejemplares en soportes con las texturas más diversas, los colores más sabiamente combinados, las formas más sugerentes en todo tipo de tamaños, grande, mediano o pequeño, y caligrafías 
de todo tipo en distintas lenguas, están a nuestra disposición para ser contemplados. Y valorados.

Porque qué duda cabe que los libros tienen su valor. No solo hay detrás un trabajo intelectual merecedor del mayor de los respetos, por mucho que pueda no gustarnos o agradarnos su contenido, sino que hay una labor de diseño, edición e imprenta que lo dota de un cuerpo capaz de conservar el alma de la obra. Por eso uno no puede entender cómo hay personas que llaman “libro” al contenido informático de determinados soportes tecnológicos modernos, véase los famosos e-books. Eso que vemos en la pantalla, otra pantalla más, no seré yo quien niegue que se trata de un texto reproducido en el soporte x, pero: ¿de veras que hablamos de “libros”? Me gustaría saber lo que pensaría Johannes Gutemberg al respecto.

Hay un momento en la película Tierras de penumbra en que un alumno contesta al profesor (C. S. Lewis) que “leemos para saber que no estamos solos”. Es cierto. Levanto la vista de la pantalla del ordenador y dirijo la atención a mi biblioteca. Ahí están Góngora, Quevedo, Cervantes, Galdós, Baroja, Unamuno, Maeztu, D´ors, Ortega y Gasset, Benavente, Marías,…, y tantos otros. Cada uno de ellos me acompaña en el camino, rodeado estoy de sus obras, de sus libros. Los observo, leo y releo, imaginando que los autores están sentados en frente, en plena tertulia de sobremesa, compartiendo en voz alta lo que dejaron escrito. Y siento que no estoy solo.

¿Ustedes se imaginan una exposición de e-books? Yo tampoco.


Publicado en el suplemento cultural de El día el 05.08.2012