viernes, 19 de febrero de 2010

Frente a la Catedral


Al pasar al salón pude observarlo en su mesa, sentado delante de la cristalera, frente a la fachada principal de la Catedral, pensativo mientras machaconamente golpeaba las teclas de su amortizada máquina de escribir. Llevaba toda la mañana trabajando y, sin embargo, a penas media página se encontraba invadida por unas letras extranjeras, extrañas.

Me encantaba pasar el verano en casa del abuelo y disfrutaba verle en su quehacer diario, escribiendo otra de sus ya numerosas obras. Cuando me preguntaban qué quería ser de mayor respondía que como el abuelo. La gente de la calle, mis compañeros en el colegio, el maestro, decían que el abuelo era un brillantísimo escritor, aunque para ser justos, no supiera cuál era el alcance de aquél, entonces, desconocido elogio. Pero sí, debió de serlo ya entonces. Luego fui testigo de los premios, llegó el Planeta, el Nacional de Ensayo y, sobre todo, al que más cariño tenía, el Cervantes.

Ahora, transcurrido el tiempo, con la ausencia física del abuelo y casi sin darme cuenta, pese a las múltiples experiencias vividas, soy yo el que permanece sentado en la misma mesa de roble macizo, en la misma sala, ante la enorme vidriera y contemplando la fachada de la santa Catedral. Ahora soy yo el que trato de emular al abuelo en la calidad de sus textos, en la coherencia de su persona, el que busco respuestas a las preguntas que antes seguramente él se hiciera, el que trata de encontrar la palabra exacta para la idea que esconde, el que recuerda felizmente emocionado lo aprendido a su lado, con su ejemplo, su mirada y sus abrazos.
Bajo la mirada de nuevo, sigo escribiendo en su máquina de escribir, sigo invadiendo el papel en blanco, siguen las letras emigrando del aparato, intentando formar un texto medio aceptable sobre la blancura de la obra escondida, y leal a mi sueño de pequeño permanezco cuando ella entra, sigilosa, sin querer molestar, sin saber que ella nunca molesta, y de repente se acerca por detrás, se inclina sobre mi espalda, posa sus brazos en mi pecho y me abraza, y me susurra al oído que está embarazada. Qué hermosura, qué lindo, ya sé a quien dedicar esta obra que ahora mismo termino.

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