sábado, 11 de mayo de 2013

El armador aquél de casas rústicas

Escuchaba el otro día a Andrés Trapiello decir en una conferencia que “no me gustan los libros”. El título de la ponencia era “Los libros buenos, bonitos y baratos” y, lógicamente, versaba sobre libros, más concretamente sobre los que forman su biblioteca.Andrés Trapiello, que como todo el mundo sabe es un prolífico escritor, tipógrafo y “pequeño” editor, lógicamente es un enamorado de los libros. Su afirmación se refiere a que no le gusta que la palabra muera una vez plasmada en el libro. Considera Trapiello que la palabra ha de volar, ser libre, tener vida propia. Para aclarar lo que quería decir utilizó un poema de don Miguel. No conocía la existencia de dicho poema por lo que, admirador como soy de la vida y obra del insigne Rector, expreso desde aquí mi gratitud a don Andrés. Reza el poema:

El armador aquel de casas rústicas
habló desde la barca:
ellos, sobre la grava de la orilla,
y él flotando en las aguas.

Y la brisa del lago recogía
de su boca parábolas,
ojos que ven, oídos que oyen gozan
de bienaventuranza.

Recién nacían por el aire claro
las semillas aladas,
el Sol las revestía con sus rayos,
la brisa las cunaba.

Hasta que al fin cayeron en un libro,
¡ay tragedia del alma!:
ellos tumbados en la grava seca,
y él flotando en las aguas.

(Miguel de Unamuno)


Como podrán advertir, se refiere el poema a esa escena del Nuevo Testamento (Enseñanza en parábolas) en la que “Jesús se puso a enseñar otra vez junto al mar. Acudió un gentío tan enorme, que tuvo que subirse a una barca y, ya en el mar, se sentó; y el gentío se quedó en tierra junto al mar” (Marcos 4, 1). A continuación las Sagradas Escrituras nos relatan la hermosa Parábola del sembrador.

Volvamos ahora al poema y entenderemos lo que don Andrés Trapiello comparte también con el insigne don Miguel: “Y la brisa del lago recogía de su boca parábolas… Hasta que al fin cayeron en un libro, ¡ay tragedia del alma!”

¡Qué bonito, no!


Me encanta esta foto pausada, reflexiva, en quietud, de don Miguel.

¿Tampoco habrían de gustarle los libros?

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