jueves, 10 de marzo de 2011

Cuarenta días


Comienza la cuaresma para los cristianos católicos, periodo que separa el Miércoles de Ceniza del Domingo de Ramos, el domingo antes del de Pascua, en el que se celebra la resurrección de Jesús, el Cristo. A lo largo de la historia de la humanidad importantes sucesos han ocurrido durante el mismo periodo de tiempo: Jesús vivió su retiro durante cuarenta días en el desierto, Moisés aguardó durante 40 días antes de subir al Sinaí, Elías caminó durante 40 días hacia el Horeb y, por finalizar, la marcha de los judíos por el desierto duró 40 días. Episodios todos ellos que forman parte de la historia del hombre en la tierra (se entiende que también de la mujer).

Hoy, en este año 2011 del s. XXI, la Iglesia nos invita a que aprovechemos estos 40 días próximos para acercarnos un poquito más a la palabra y obra de Jesús, para que reflexionemos, oremos, nos abstengamos y ayunemos. Reflexionar a cerca de nuestra vida, de su misterio, de donde venimos, de lo que somos y a donde vamos o queremos llegar. Que oremos, pues no se conoce al prójimo, al amigo o al hermano sino mediante el diálogo y la conversación, ¿y qué es la oración sino la conversación con Dios? Que nos abstengamos, en la medida de nuestras posibilidades, de nuestra vida superficial, que pongamos nuestra atención a disposición del corazón del hombre, que miremos a los ojos al prójimo, que nos miremos a nuestro interior y que dejemos de lado nuestras acciones banales y superfluas. Y que ayunemos, esto es, que controlemos nuestros impulsos físicos para solidarizarnos con el que ayuna por obligación, que renunciemos al hambre biológico en la búsqueda del hambre y sed de Dios, tan necesario en nuestros días.

Disponemos de cuarenta días, que al menos sean cuarenta, para convertirnos -que no quiere decir necesariamente el abandonar una fe para abrazar otra-, para transformar nuestras vidas en el sentido más humano y cristiano de la palabra. Que los próximos cuarenta días oremos, nos abstengamos y ayunemos con el máximo sentido común y reflexión, mirando en nuestro interior, con el mayor de los agradecimientos y el máximo amor, al prójimo, pero también a nosotros mismos, y por encima de todo, a Dios.

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