jueves, 21 de marzo de 2013

Contemplación en la cima


La gran aventura no había hecho más que comenzar. El ascenso a la cima le llevaría toda una vida y sabía que no todo el oro reluce, que no todo el monte es orégano y que alcanzar la meta no iba a ser un camino de rosas. Sin embargo, nunca imaginó que habría tramos tan duros, pesados y dolorosos.

Metió en la mochila lo estrictamente necesario, de tal manera que el peso fuera el adecuado para poder llegar a la cumbre. En cambio, cuando quiso darse cuenta era demasiado tarde. La mochila había ido cogiendo peso sin saber muy bien cómo. Llegó un momento en que el caminar le costaba Dios y ayuda. Comenzó a tambalearse y por un momento pensó que caería rendida al suelo. Fue increíble pero prosiguió con su ascenso.

Llegó un momento en el que ya no podía más. Estaba escalando una de las paredes más duras de su montaña y en un rellano tuvo que parar. Hincó las rodillas en el suelo y trató de reponer fuerzas cogiendo algo de oxígeno. La mochila tiraba de ella hacia atrás, poniendo su vida en peligro; un enorme vacío estaba esperando, la caída sería fatal. Instintivamente miró al cielo, cerró los ojos y quedo a solas con sus pensamientos.

De repente sintió un gran alivio. Giró la cabeza y observo cómo grandes piedras iban cayendo al vacío. Los pedruscos salían de la mochila guiados por una especie de fuerza extraña, luminosa, enérgica, aparentemente desconocida.

El milagro operó sin saber muy bien cómo, pero lo cierto es que la mochila se vació del exceso de equipaje… Ya en la cima las vistas eran impresionantes, las nubes abrazaban las cumbres montañosas y no pudo evitar emocionarse al pensar en la dureza del camino recorrido. Volvió a ponerse de rodillas, miró al cielo y cerró los ojos, inclinó la cabeza suavemente, como agradecida.

En un lugar del mundo, de cuyo nombre no consigo acordarme.

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