martes, 11 de mayo de 2010

Las prisas no son buenas


Como en la zona costera donde vive no había trenes, ni ferrocarriles, ni metro, ni prisas, pues paso lo que paso.

Había llegado con sus trenzas, su inocencia y su camisita azul a la capital a pasar el fin de semana. Venía con su amiga del alma, algo más experimentada en esto de la gran ciudad. El objetivo, ver a la niña recién nacida de unos amigos de los padres de Candela, la de mayor práctica.

Llegaron a la Estación Sur de Autobuses con su sonrisa y su buen humor. Y sus maletas. Destino, estación de metro El Retiro. La zona donde vivían las amistades no estaba nada mal, junto al gran parque, pero mucho tráfico. El caso es que cogieron la línea tres de metro, la amarilla. Llegaron a la estación de Sol, tocaba trasbordo. Entonces ocurrió.

El metro fue parando poco a poco según entraba en la estación. La gente tomó posiciones frente a las puertas de los vagones. Poco faltaba para que finalizara la frenada. El metro paro. Las puertas se abrieron. La gente salió, con vidilla empezó a caminar, muchos a correr. Unas coletas a lo lejos también. Nuestra protagonista echó a correr al compás de la gente. Atrás quedó Candela sin saber muy bien porqué su amiga corría. Hecho a correr tras ella, que digo a correr, eso no era correr, era más. Por fin la alcanzó. “¿Pero porqué corres?”, preguntó. “¡Ay! No sé, como la gente corría he pensado que algo pasaba”.

Y es que, ya saben ustedes, las prisas no son buenas.

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