Sin saber muy bien
qué es lo que depararía, esta tarde leía:
“Así pues, a los
presbíteros entre vosotros, yo presbítero con ellos, testigo de la pasión de
Cristo y partícipe de la gloria que se va a revelar, os exhorto: pastoread el
rebaño de dios que tenéis a vuestro cargo, mirad por él, no a la fuerza, sino
de buena gana, como Dios quiere; no por sórdida ganancia, sino con entrega
generosa; no como déspotas con quienes os ha tocado en suerte, sino convirtiéndoos
en modelos del rebaño. Y, cuando aparezca el Pastor supremo, recibiréis la
corona inmarcesible de la gloria. Igualmente los más jóvenes: someteos a los
mayores. Pero revestíos todos de humildad en el trato mutuo, porque Dios
resiste a los soberbios, mas da su gracia a los humildes” (1 Pedro 5, 1-5). Y
de este modo exhorta Pedro a los presbíteros y a los jóvenes en la primera de
sus cartas, tal y como lo recogen las Sagradas Escrituras.
No falto a la
verdad si digo que cuando estos días pasados leía los perfiles de algunos de
los “papables” advertía una competencia dura pues había, hay, mucho nivel
humano, teológico y espiritual, sobrada experiencia, dentro del conjunto de los cardenales, al final lo que menos ha
importado es la edad.
Llegué al perfil del
argentino Jorge Mario Bergoglio no porque fuera uno de los papables, que no lo era
(al menos para los miles de “entendidos” que aparecieron de repente en Roma,
solo periodistas han sido casi 6.000), sino porque era el único cardenal
jesuita. Tengo que reconocer que su biografía me resultó bastante atractiva
(hoy distintos medios de comunicación anunciaban que fue el segundo cardenal más
votado en el Cónclave que eligió como Pastor a Benedicto XVI).
¡Habemus Papam! El
Cardenal Bergoglio pasa a ser el Papa Francisco I, el tercero del recién
estrenado siglo XXI. Reconozco que me encanta. Y lo primero que me gusta es que
una vez más la Iglesia ha roto esquemas. Debido a tanto “entendido” el conjunto
de fieles cristianos tenían puesta la mirada en ocho o diez nombres, ninguno de
ellos, como ya he dicho, era el de Bergoglio. ¡Me encanta!
Si uno analiza fríamente
su aparición en público como nuevo Obispo de Roma, hay varias cosas que
destacar. Ha comenzando su pontificado rezando, y lo ha hecho de forma especial
por el Papa emérito Benedicto XVI. Después ha mencionado la importancia del
pueblo en este nuevo caminar que inicia hoy la Iglesia junto al 266 sucesor de
Pedro, Francisco I. Luego ha vuelto a rezar, arrodillándose, pidiendo a los
fieles que, antes de ser bendecidos por Su Santidad, sean ellos lo que le bendigan
a él, en silencio, en paz, encomendándose al Espíritu. Después ha agradecido la
emotiva acogida en general, y a la diócesis de Roma en particular. Y deseando
un feliz descanso a sus feligreses ha salido del balcón. Me vienen a la cabeza
algunas palabras: sencillez, cercanía, espiritualidad, amor, entrega, esperanza,
humildad, calma, paz, quietud, novedad…
Pero si de su
aparición pública varias han sido las cosas a resaltar, que haya escogido el
nombre de Francisco para su pontificado tiene también su aquél. San Francisco
de Asís es el santo pobre. San Francisco Javier es el santo y patrono de los
misioneros, San Francisco de Sales es el santo de la amabilidad, y de entre otros
tantos Franciscos hay un español, San Francisco Solano, que fue llamado el “Taumaturgo
del nuevo mundo” por la cantidad de milagros y prodigios que obtuvo en Hispano
América, precisamente de donde viene nuestro Papa.
Adentrémonos un
poquito más en su biografía. Es hijo de un empleado ferroviario y un ama de
casa. Se ordenó sacerdote tarde, a los 33 años -la misma edad a la que servidor
ha recibido el Sacramento de la Confirmación-, antes había estudiado química en
la universidad. Como arzobispo de Buenos Aires y primado de Argentina era
frecuente verle utilizando el transporte público en sus desplazamientos. Renunció
a vivir en el palacio arzobispal para hacerlo en un pequeño piso junto a otro
presbítero, ¿un arzobispo compartiendo un pequeño piso? Por la noche acostumbra
a visitar personas mayores y ancianas, particularmente viejos sacerdotes de su
diócesis, acudiendo al hospital o a sus residencias. Con esta información nos
podemos ir haciendo, al menos a priori, una pequeña idea de la talla humana de
la persona ante la que nos encontramos.
Pero es que hay
algo de su biografía que a mí personalmente me ha llamado bastante la atención,
a saber, cuando iba a ser nombrado cardenal detuvo a una serie de fieles
argentinos que querían ir a Roma a acompañarle, y les pidió que el dinero del
viaje lo destinaran a obras de caridad: ¡ojo! Tampoco se rasgó las vestiduras
cuando hubo de llamar “hipócritas” a buena parte de los sacerdotes de su diócesis
al rehusar bautizar a bebés de mujeres solteras: ¿dónde estaba Jesucristo sino
entre los pobres y los pecadores?
Además, es conocida
su denuncia de la corrupción política, las tensas relaciones que ha mantenido
con la familia Kichner, su oposición a la unión en matrimonio de dos personas
del mismo sexo, o lo poco amigo que fue de lo que se conoció como teología de
la liberación.
Quién le iba a
decir a San Ignacio de Loyola, que varios siglos después de fundar la Sociedad
de Jesús, un Papa jesuita sería el encargado de guiar la barca de Pedro en los
inicios del siglo XXI.
Que el Señor le proteja,
la Virgen María le acompañe y el Espíritu le guíe en su misión.
Francisco I
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