Escribo estas líneas
mientras escucho el juramento de cada uno de los cardenales que, ya en la
Capilla Sixtina y bajo los espectaculares frescos de Miguel Ángel, tienen la
responsabilidad de elegir al nuevo Obispo de Roma, sucesor de Pedro, el que ha de
guiar el rumbo de la Santa Iglesia Católica los próximos años.
Transparencia,
naturalidad, tradición, modernidad, todo se mezcla en estos momentos. Cardenales
de todos los rincones geográficos del mundo, de los cinco continentes, blancos,
negros y amarillos, juran ante el Evangelio secreto de todo lo que en el
Cónclave va a ocurrir, con la finalidad de procurarse la mayor independencia y
libertad a la hora de, encomendado el Espíritu Santo, elegir al futuro Pontífice.
Estamos ante un
momento histórico, sin duda. Mientras esto ocurre imagino al Papa Benedicto XVI,
ya emérito, orando ante la Cruz, pidiendo por los cardenales y por el nuevo
sucesor de Pedro.
Sorprende el número
de periodistas acreditados para informar desde Roma de todo lo relacionado con
este acontecimiento único, casi cuatro mil según las últimas informaciones. El
mundo entero está pendiente de lo que ocurre en Roma.
La puerta de la Capilla Sixtina acaba de ser cerrada y yo aquí dejo de escribir, con la certeza de que
el futuro Papa será el mejor para la Iglesia de hoy y de mañana y con la
tristeza de que mientras esto ocurre los cristianos siguen siendo perseguidos a
lo largo y ancho del mundo, pero de esto mucha gente no se acuerda, o no
quiere.
Fresco del techo de la Capilla Sixtina
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