Ayer lunes día 4
cumplieron 35 años desde que se dijeron un “sí, quiero”
ante Él. Yo estoy aquí escribiendo esto porque un joven de Tarazona de la
Mancha y una joven de El Toboso se enamoraron una tarde en Madrid.
En los tiempos que
corren, celebrar un matrimonio de 35 años es para descorchar, como poco, una
buena botella de vino. O, mejor dicho, que sean dos. Pero el listón se/nos lo han puesto alto, muy alto; mis abuelos paternos blincaron las bodas de oro -con bendición de S.S. Juan Pablo II incluída- y los maternos ya van para las de platino, si Dios quiere. Mucho tiempo juntos como para no saber qué
es el amor. El auténtico, el verdadero, ellos sí.
Mis padres han
cumplido sus bodas de coral, que son
las que se celebran a medio camino entre las de plata y las de oro.
Quizás no lo sepan, pero son todo un ejemplo tanto para mis hermanos como para mí. Siempre
aprendo algo nuevo cuando estoy a su lado. A veces pienso que la vida es una
carrera de obstáculos, y cuando les miro me admira saber como los han ido
superando.
En alguna parte ha
leído mi padre, y se lo ha transmitido a servidor, que una persona “extraordinaria” es:
1- Aquella de la que emana una
sensación de bondad, reflejo claro del verdadero estado de la persona.
2- Aquella en la que se observa
una falta de interés personal (léase, de egoísmo), de status, de fama y de ego.
3- La que tiene una presencia
personal nutricia (las vidas se nutren de otras
vidas).
4- Aquella que muestra una asombrosa capacidad de atención y concentración
(para con los demás).
El pasado lunes dos
personas extraordinarias, Julián y Tina, cumplieron 35 años de santo matrimonio. ¡Enhorabuena
y gracias por todo!
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