En dos veces, al
medio día con el almuerzo y por la noche en la cena, he aprovechado para ver
uno de los programas de La Clave ,
histórico espacio televisivo de debate moderado por el gran José Luis Balbín.
Finalizada la tarea
tengo que confesar que he sentido nostalgia. Por dos motivos, primero porque ya
no hacen programas con la calidad y el enriquecimiento intelectual que ofrecía
el programa de Balbín. Segundo, y no por ello menos importante, porque soy un
apasionado del debate y la tertulia, y hoy en pocos sitios reina el respeto
entre posiciones opuestas, o simplemente diferentes, como lo hacía entre los contertulios
que acudían a La Clave
de Balbín.
El tema de hoy ha
sido “La figura humana de Jesús”. En el programa, seis contertulios estudiosos
de la vida de Jesucristo ponen de manifiesto sus diversos e interesantes puntos
de vista. De los seis uno era judío, dos historiadores del cristianismo -pero
sin creer en Cristo como hijo de Dios, sí en el Jesús histórico-, un laico católico
experto en estudios bíblicos, un sacerdote jesuita y un cristiano “no eclesial”,
por así decirlo, todos ellos profundos estudiosos del cristianismo en general y
de la figura de Jesús en particular.
¡Qué quieren que
les diga! ¡Qué envidia! ¡Qué respeto!
Insisto en la idea
del respeto porque me parece crucial y muy importante en los tiempos que
corren. O empezamos a aceptar que debemos estar de acuerdo en que podemos estar
en desacuerdo, o la convivencia entre las personas empezará a correr sus propios
riesgos.
¿Por qué digo esto?
A lo largo de los últimos tiempos he podido comprobar en movimientos como “Ateismo
brillante”, que anda por ahí suelto en las redes sociales, que se está propagando
un peligroso fenómeno de fanatismo en alguna de las personas que participan en
dichos grupos, en el sentido de posicionarse abiertamente en favor de perseguir,
eliminar o exterminar –como ustedes quieran- aquello que se considera, que
consideran, que no es “verdad”, “cierto”, o que es “falso”. Ataques todos ellos
que se dirigen contra la religión en general y a la Iglesia Católica
en particular. Ejemplos los hemos tenido a puñados con, por ejemplo, la visita
de S.S. Benedicto XVI a España con motivo de la celebración de la Jornada Mundial de la
Juventud (y añado, católica).
Un debate puede ser
de lo más enriquecedor si predomina sobre él un clima de respeto; insisto, una
actitud de estar de acuerdo en que cabe y es lícito el desacuerdo es benéfica y
primordial para el entendimiento y la convivencia entre las personas. Recuerdo
ahora, al hilo de lo que aquí expongo, un histórico debate que se produjo hace
ya años entre dos personas con posiciones antagónicas, por un lado la del gran
Bertrand Russell, y por otro la del gran Frederick Copleston. Un ateo y un
sacerdote jesuita debatiendo “face to face”, con respeto, con clase, con
elegancia, a cerca de lo divino y de lo humano del universo y su origen.
Seamos elegantes a
la hora de “enfrentar” nuestras posiciones, hagamos del respeto al prójimo – y vaya
por delante que para servidor no todo es respetable; por ejemplo, para mí no es
respetable la defensa de la esclavitud como tampoco lo es la defensa del aborto-
uno de nuestros “mandamientos civiles”, que el respeto al otro forme parte del
amor al prójimo que predicó Jesús hace muchos siglos. Bien es cierto que estoy
de acuerdo en que muchos de ustedes no lo estarán con esto último que he
escrito. A Dios gracias.
J. L. Balbín y su inseparable compañera.
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