Jacques Bonnet
Bibliotecas llenas de fantasmas
Traducción de David
Stacey
Editorial Anagrama,
Col. Argumentos
Barcelona 2010
¿Leer le cansa tan
poco como nadar a un pez o volar a un pájaro? ¿Lo hace de forma compulsiva? ¿Le
cuesta desprenderse de los libros que pasan por sus manos? ¿Piensa cambiar de
casa por falta de espacio en su biblioteca? ¿Su mujer, su marido, le ha dado un
ultimátum? ¿Se ha gastado los ahorros de un año en un ejemplar de la primera
edición de Guerra y Paz? En caso afirmativo tiene motivos de sobra para seguir
leyendo. De lo contrario, también.
“Después del placer
de poseer libros, poca cosa hay más dulce que hablar de ellos”, Charles Nodier.
Y eso es lo que hace Jacques Bonnet (escritor y traductor francés) en Bibliotecas llenas de fantasmas, hablar
de libros en general y de los más de 20.000 que tiene su biblioteca en
particular. Estamos ante un auténtico tratado de bibliomanía, término que según
el diccionario de la Real Academia
Española significa la “pasión por tener muchos libros raros o los
pertenecientes a tal o cual ramo, más por manía que para instruirse”. Lo que
distingue al autor es que no estamos ante un mero poseedor de libros. No, se
trata de un lector empedernido cuyo descubrimiento, el de la lectura, “fue como
un rayo de luz en la atmósfera tenebrosa de una infancia provincial en los años
sesenta”, un hecho que le permitió transportarse a otras épocas y lugares y que
derivó en una especie de patología que busca saciar una curiosidad infinita a
través de ese espíritu sistemático que ha evolucionado con el paso del tiempo y
que le empuja a leer todas las obras de un autor, los libros sobre su persona,
luego los de otro autor, así como todas las obras dedicadas a un tema y a la
literatura de cierta época o país. Y si a lo dicho añadimos que, como a
Juliano, mientras “unos aman los caballos, otros los pájaros y otros las
fieras; yo, desde niño, estoy poseído por un terrible deseo de poseer libros”,
entenderemos el porqué y el cómo del tipo de bibliómano que es Jacques Bonnet.
¿Estamos ante un ensayo? Sí, así podríamos definir este largo monólogo sobre
libros de no ser por el marcado carácter pasional, empírico y emocional para
ser solo eso.
Tener una
biblioteca con ese número ingente de volúmenes suscita innumerables cuestiones
que el autor aborda con interesantes reflexiones, propias y ajenas. ¿Son todos
los libros necesarios? “Ningún libro era tan malo que no fuese útil en algún
apartado”, responde por boca de Plinio el Viejo. ¿Y una vez adquiridos? Tres
son los destinos: leerlos, leerlos más adelante o archivarlos directamente en
el lugar asignado. ¿Los ha leído todos? “Lo cierto es que, para ser útil, una
biblioteca no necesita ser leída en su totalidad: a todo lector conviene un
equilibrio razonable entre el conocimiento y la ignorancia, entre el recuerdo y
el olvido”, señala Alberto Manguel en La
biblioteca de noche. ¿Y cómo han llegado hasta las estanterías? Por un
título misterioso, por un autor, por un encuentro fortuito, por los libreros, a
través de críticos, amigos y escritores-maestros, por los lectores… ¿Cómo
ordenar los libros? Las fórmulas son varias: clasificación alfabética, por
continentes o países, por colores, por fecha de adquisición, por géneros y
subgéneros (como hace el autor), etc., al final Jacques Bonnet lo que nos
recomienda es el uso de varios métodos. Existen los que al orden no le dan
ninguna importancia, como es el caso de Aby Warburg (1866-1929), hijo de un
banquero que, según cuenta la leyenda, vendió a su hermano su derecho de
primogénito –a dirigir el banco de la familia- a cambio de un crédito ilimitado
para la compra de libros. El resultado fueron los más de 100.000 volúmenes de
su biblioteca, libros que Warburg cambiaba de lugar sin cesar. Están otros que
colocan las obras de autores de sexo masculino y femenino en estantes separados
cumpliendo así con los cánones de la decencia “a menos que sean marido y mujer”;
o los que, como Carlos Brauer, renuncian a colocar juntos a dos autores que no
se llevaron bien en vida, como Borges y Lorca o Vargas Llosa y García Márquez,
por poner dos ejemplos.
En cuanto a las
prácticas lectoras de Jacques Bonnet
muchos se sentirán identificados con su “en todas partes y en cualquier
posición”: en la biblioteca, en el aseo, en el autobús, en el tren, en el
aeropuerto, sentado, de pie, caminando, tumbado, …, lo que ha propiciado que la
lectura absorbente de títulos como El
Cuarteto de Alejandría, Guerra y Paz,
El hombre sin atributos, El espía que surgió del frío, Moby Dick, hayan detenido el tiempo y el
espacio en múltiples momentos inolvidables.
Con un lenguaje
claro y sencillo, la lectura de Bibliotecas
llenas de fantasmas supone una certera, agradable y emocionante
aproximación al arte de poseer libros y al placer de leerlos y releerlos
(“nunca habría imaginado, al releer Anna
Karénina veinte años después, que la suerte de Alexéi Alexándrovich Karenin
me iba a emocionar más de lo que me iban a apasionar los sentimientos exaltados
de la bella Anna por Vronski, a diferencia de lo que ocurrió la primera vez”). Miles
de libros y miles de personajes, reales y ficticios, son los culpables de un
mundo al alcance de Jeacques Bonnet donde tan escaso es el conocimiento que
tenemos de Homero, de Virgilio o de Cervantes como abundante el que poseemos de
Ulises, de Eneas o de Don Quijote. Un
mundo, una biblioteca, que “protege de la hostilidad exterior, filtra los
ruidos del mundo, atenúa el frío que reina en los alrededores y da, también,
una sensación de omnipotencia”. Francisco de Quevedo lo expresó en verso:
“Retirado
en la paz de estos desiertos,
con
pocos pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los
muertos”.
*** Reseña publicada en el número 88 de la revista Clarín.
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