Llegó a la
residencia después de dar un largo paseo por el parque de El Retiro. Unas veces
solo, otras acompañado, le gustaba perderse entre sus antiquísimos árboles y
arbustos, con el lago siempre al fondo, mientras pensaba en aquello a lo que
había dedicado la vida: el hombre, lo divino, el arte, la cultura, la Verdad.
Pasaría el resto de
sus años en la residencia que se encuentra a continuación de la parroquia de
San Jerónimo el Real, justo a la espalda del Museo del Prado. De todos los
sacerdotes que allí habitaban era el de mayor edad. Atrás quedaron sus clases en la universidad, asistiendo a los
feligreses en las parroquias de barrio
por donde había pasado, su experiencia en el continente africano -sin duda la
que más le había marcado-, y su continua búsqueda de la Verdad. Por la
comunidad era considerado un auténtico humanista, al estilo de los antiguos. Era
persona prudente, respetuosa para con los demás, y fue aptitud suya ante la
vida aquello que tantas veces había leído, meditado y estudiado en la Sagrada
Escritura: “Pero yo os digo –Jesucristo-: Amad a vuestros enemigos y rezad por
los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro padre celestial” (Mateo
5, 44). Y esa era la mayor de sus ilusiones, esperanzas y alegría, llegar a ser
hijo del padre celestial.
En su pasión por el
saber, y pese a su avanzada edad, le habían permitido seguir encargándose de la
biblioteca de la residencia, donde se encontraban buena parte de los libros que
había ido adquiriendo a lo largo de su vida. Le temblaba el pulso y de cuando
en cuando las piernas, pero no la cabeza.
Antes de comer
subió a la biblioteca, su lugar favorito, donde pasaba la mayor parte del día.
Al llegar a su mesa de trabajo encontró un paquete. Lo abrió y había algo
envuelto en papel regalo, un bulto grande, una tarjeta decía: “Reciba este obsequio
en agradecimiento a sus largos años de maestría y amistad verdadera, con
afectuoso cariño, su discípulo, padre Julián Otero Cañicosa”.
Se trataba de una
primera edición del Codex miscellaneus,
siglo XI, de valor inimaginable. El discípulo había escuchado al maestro hablar
de este Codex muchos años atrás. Un día, en clase, hablando de lo importante de
la lectura, preguntó a sus alumnos, “¿qué es el libro?”, y a continuación puso
en la pizarra:
El libro es lumbre del corazón;
espejo del cuerpo;
confusión de vicios;
corona de prudentes;
diadema de sabios;
honra de doctores;
vaso lleno de sabiduría;
compañero de viaje;
criado fiel;
huerto lleno de frutos;
revelador de arcanos;
aclarador de oscuridades.
Preguntado responde,
y mandado anda deprisa,
llamado acude presto,
y obedece con facilidad.
espejo del cuerpo;
confusión de vicios;
corona de prudentes;
diadema de sabios;
honra de doctores;
vaso lleno de sabiduría;
compañero de viaje;
criado fiel;
huerto lleno de frutos;
revelador de arcanos;
aclarador de oscuridades.
Preguntado responde,
y mandado anda deprisa,
llamado acude presto,
y obedece con facilidad.
- Esta es la
traducción de la respuesta que aparece en el Codex miscellaneus a la pregunta que les acabo de formular, nunca
la olviden, -dijo nuestro sacerdote.
Codex miscellaneus. Siglo XI. Biblioteca de Toledo
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