Estoy de acuerdo
con Antonio Escohotado, y mira que en muchos aspectos no es santo de mi devoción, cuando dice que “me he dado cuenta, y parece mentira que
no me haya dado cuenta yo antes, he incluso que todavía siga esto poniéndose en
duda, que un país no es rico porque tenga
diamantes o petróleo, un país es rico porque tiene educación. Educación
significa que aunque puedas robar, no robas. Educación significa que tú vas
paseando por la calle, la cera es estrecha y tú te bajas y dices, disculpe.
Educación es que, aunque vas a pagar la factura de una tienda o de un
restaurante, dices gracias cuando te la traen, das propina, y cuando te
devuelven lo último que te devuelven, vuelves a decir gracias. Cuando un pueblo
tiene eso, cuando un pueblo tiene educación, un pueblo es rico”.
Aquí en España hay
personas que la quieren “rica”, y por eso se esmeran en no tirar el envoltorio
del paquete de tabaco al suelo, ni consienten que sus perros caguen en las
aceras por donde paseamos, dan las gracias cuando alguien les cede el paso,
respetan los pasos de cebra cuando conducen sus vehículos, pagan sus impuestos,
declaran el IVA, dan los “buenos días” al vecino aunque se lo encuentren fuera
del portal o del ascensor, no se escaquean de su puesto de trabajo, y mil y un
ejemplos más.
Sin embargo,
también hay gente en España que la quiere pobre. De estos mencionaré un solo
ejemplo, miles hay. Ocurrió el sábado pasado a lo largo de la jornada que he
venido comentando en los dos últimos escritos.
Le tocaba a la
Joven Orquesta Nacional de España interpretar, bajo la batuta de López Cobos,
la Séptima y Octava Sinfonía de Beethoven en el penúltimo de los conciertos
sinfónicos del día. Los jóvenes músicos salieron de nuevo con ganas de
entregarse en cuerpo y alma a lo que allí nos había convocado, la Música.
Aparece el Director y cuando están a punto de empezar comienzan unos cuantos
empobrecedores de la cosa a gritar e insultar como si en vez de estar en el
Auditorio Nacional de Música se estuviera ante una pelea de gallos, una
manifestación o un partido de fútbol. La diana de los exabruptos fue S.M. la
Reina Doña Sofía. Tengo que reconocer que ante el bochornoso espectáculo sentí
vergüenza ajena. Lo primero porque unos jóvenes músicos y un maestro director
no se lo merecen. ¿Quieren hacer el favor de pensar en el ejemplo barriobajero
que se transmitió a esos chavales? Lo segundo porque las más de dos mil
personas que allí nos reunimos lo hicimos por amor a la Música, incluida S.M.
la Reina Sofía (estaría escribiendo lo mismo en el caso de que la empobrecedora
actuación se hubiera dirigido contra cualquier persona, con independencia de
ideología o categoría institucional).
En este país
llamado todavía España, la antigua Hispania proveniente del fenicio i-spn-ya
(siglo II antes de Cristo), nos hemos acostumbrado a mezclar churras con merinas
y además a hacerlo muy vulgarmente, en muchos casos fuera de contexto. Al
final, los que allí estuvimos supimos que lo más importante de la jornada fue
la Música de Beethoven (cuya Novena Sinfonía es un llamamiento a la paz, la concordia, la unión y la fraternidad, curiosamente), y es que pese a la ausencia de educación de algunos y la
atención prestada por los medios de comunicación a lo más pobre, lo que
realmente triunfo en el día fue la riqueza de la Música.
Churras y Merinas
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