Acabo
de terminar de leer Lumen Fidei.
Y
empiezo concluyendo: ¡Cuánto Bien va a hacer Lumen Fidei! Menudo regalazo, para
los que tienen y para los que no tienen fe.
En
Transmito lo que he recibido, la
tercera de las cuatro partes, el Santo Padre nos habla de la Iglesia como madre
y transmisora de la fe, de la importancia de los padres en ese transmitir, nos
explica de forma clara y concisa porqué hierran los que “creen, pero no en la
Iglesia”, y hace especial hincapié en la importancia de los sacramentos en
general, y del Bautismo y la Eucaristía en particular, para la transmisión de
la fe. Todo ello sin perder de vista elementos esenciales como la oración o el
cumplimiento de los diez mandamientos (decálogo). Del mismo modo nos advierte (algo
que quizás hayamos perdido de vista en estos tiempos donde impera el “todo vale”),
al abordar la unidad e integridad de la fe, de esos nuevos herejes, que fueron
viejos en otros tiempos. Señala San Pablo: “yo sé que, cuando os deje, se
meterán entre vosotros lobos feroces, que no tendrán piedad del rebaño. Incluso
de entre vosotros mismos surgirán algunos que hablarán cosas perversas para
arrastra a los discípulos en pos de si” (Hch 20,27). A esos mismos lobos también
se refirió en su día Benedicto XVI.
Por
último, en Dios prepara una ciudad para
ellos, S. S. Francisco nos habla de la importancia de la fe para el bien
común en esa “ciudad que Dios está preparando para el hombre”, donde la
justicia, el derecho y la paz, han de reinar. Una ciudad en la que Lumen Fidei señala a la familia como
principal protagonista, invitando a los padres para que “cultiven prácticas
comunes de fe en la familia, que acompañen el crecimiento en la fe de los
hijos. Sobre todo los jóvenes… deben sentir la cercanía y la atención de la
familia y de la comunidad eclesial en su camino de crecimiento en la fe… Los jóvenes
aspiran a una grande”. Nos habla también de fe como luz para la vida en
sociedad, y nos alerta: no puede haber auténtica fraternidad entre hermanos si
perdemos de vista la referencia al Padre.
Emotivo
el apartado dedicado al sufrimiento. “El cristiano sabe que siempre habrá sufrimiento,
pero que le puede dar sentido, puede convertirlo en acto de amor, de entrega
confiada en las manos de Dios, que no nos abandona y, de este modo, puede
constituir una etapa de crecimiento en la fe y en el amor”. ¿Acaso no recibieron
luz de leprosos y pobres San Francisco de Asís y la Beata Madre Teresa de
Calcuta?” En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y
ofrecernos su mirada para darnos luz. Cristo es aquel que, habiendo soportado
el dolor, inició y completa nuestra fe”.
Como
no podía ser de otra manera, en una Encíclica que lleva por título el de La Luz de la fe, el Santo Padre se
despide de sus fieles con la “bienaventurada que ha creído” (Lc 1,45), que no
puede ser otra sino la Virgen María, madre de Dios, aquella que nos recuerda
que “quien cree no está nunca solo”. Yo lo he experimentado, y doy fe.
Concluyo
con el inicio: ¡Cuánto Bien va a hacer Lumen Fidei! Léanla, aunque no crean,
pues en cada uno de nosotros, de ustedes y de servidor, independientemente de
nuestro credo, estoy seguro que han pensado tanto Benedicto XVI como el Papa
Francisco a la hora de escribirnos esta Carta.
Hermanos en Cristo
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