No creo que haya en
mi casa un solo rincón donde no tenga a la vista un libro. Incluso en el lugar de
expulsión de las impurezas del cuerpo siempre me encuentro alguno. Me gustan
los libros y, al menos en mi morada, necesito estar rodeado de ellos. Los
contemplo y me alegra saber que unos pocos ya han pasado por mis manos y mis
ojos, y que son muchos más los que me quedan por leer. Sacar un rato al día, un
par de horas, una, media aunque sea, para sumergirme entre las páginas de una
novela o un ensayo, una biografía o un poema, una obra de teatro o un libro de
mi religión, es uno de mis quehaceres cotidianos más placenteros. Necesito poco
más.
Cuando voy a casa
de algún familiar con biblioteca, o de un amigo, termino perdido entre sus volúmenes,
a la búsqueda de ese libro raro capaz de embelesarme hasta perder la noción del
tiempo. Si me he alojado en la hospedería de algún monasterio, nunca me he ido sin conseguir que el monje
hospedero me abriera las puertas de su aula librera. Por no citar las librerías
de viejo, donde a poco que me doy cuenta ando quitando polvo con mi pañuelo. O
esos paseos matinales de domingo por la Cuesta de Moyano, a donde acudo ahora
sin dinero. O las ferias del libro antiguo, a las que asisto expectante por conocer el ejemplar que saldrá a mi acecho.
Se celebra ahora la
XXXIII Feria del Libro Antiguo de Albacete. Esta mañana llevaba dinero y he adquirido un pequeño
tesoro, se trata de una Antología (Ediciones
Fe) de pensamientos y reflexiones sobre múltiples temas del gran e insigne don Luis Vives. El ejemplar
adquirido es de 1943, y la selección, introducción y prólogo corren a cargo de
don José Corts Grau, que fue un jurista y escritor español, también valenciano
y también Humanista, con mayúscula.
Ya en el prólogo
mis dos primeras sorpresas. Casó Luis Vives en 1524 con Margarita Valldaura,
hija de uno de los comerciantes españoles residentes en la Brujas de la época;
ciudad que conquistaría el corazón de nuestro reputado personaje y donde finalmente
muere en 1540, a la edad de 48 años. De su matrimonio habla en una carta a su
amigo Vergara. He aquí mi primera sorpresa, yo también tengo un amigo
apellidado Vergara y me pregunto si tendrá algo que ver con aquél. Y en la
carta la segunda: “Hace ya más de tres años que me casé, y hasta hoy, gracias
sean dadas a Dios, ni una hora siquiera hube de hurtar al estudio por esta
causa”. Agradece de su mujer, por lo que se puede deducir, el respeto que tiene
a su labor “humanista”.
La Antología apunta maneras, como ven.
Publicado en Ediciones Fe, el MCMXLIII
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