Hace una semana Madrid se desvestía de cientos de miles de sonrisas, banderas, cánticos y alegría. Posiblemente ya no volvamos a ver algo similar hasta el año 2013 en Río de Janeiro, donde se celebrará la próxima JMJ. No conozco en la historia reciente de Europa, ya no digamos de España, a una persona que haya congregado entorno a sí a más de un millón –mucho más- de jóvenes de todas las edades y de 193 países del mundo. Jesucristo lo hizo en la persona de Benedicto XVI. El mensaje de las jornadas es sencillo y a su vez contundente, lo podemos dejar, por resumir, en un “amaos los unos a los otros como Él os ha amado”. Un mandato al que no estamos acostumbrados en estos tiempos que corren.
Momentos estelares han sido la llegada del Papa a la Puerta de Alcalá y a la Plaza de Cibeles el jueves por la tarde, el Vía Crucis del viernes tarde-noche y no digamos las 24 horas vividas en la base aérea de Cuatro Vientos, tormenta incluida. Escuché a un peregrino italiano decir que estaba viviendo una “tormenta de emociones”. Pues eso.
¡Y qué juventud! Ya digo, de todas las edades. Han dado un ejemplo abrumador de civismo, respeto, firmeza –en la Fe- y paciencia. Y de convivencia. Porque en Madrid se han dado cita personas pertenecientes a las culturas más dispares y no ha habido ni un solo problema entre ellos. Ni alianzas de civilizaciones ni naranjas de la china. Jesús.
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