Los que me conocen
saben lo que disfruto con una buena tertulia. Y si no es buena tampoco pasa
nada, que de todo se aprende. Dos o más personas sentadas a una mesa
compartiendo vivencias, inquietudes, sueños e ilusiones. A veces suenan versos, otras chistes, en ocasiones leyendas y, de cuando en cuando, sentamos a los muertos a nuestra vera para que participen de la conversación, que también tienen su derecho, y nuestro cariño. Muy importante es el vino, de la viña, pero sin abusar, no se vaya a trabar la lengua. En otros tiempos se compartía hasta tabaco,
en cigarrillo, en estado puro, para liar o para cargar la pipa. Ahora, si quieres saborear un
buen tabaco, te montas la tertulia en tu casa. Cosas de la
libertad de nuestros días.
Me viene todo esto
a la cabeza porque he caído en la tentación. Sí, lo siento, mea culpa. Verán, el otro día
cuando me quise dar cuenta estaba de "tertulia" con una buena amiga, pero no en
un café cualquiera, sino “hablándonos” por washapp. Reaccioné a tiempo y cogí
inmediatamente el teléfono, la llamé y la propuse quedar en el Pombo. Allí nos
vimos a al rato y, ahora sí, conversamos hasta el amanecer - pero sin pipa.
"La tertulia del café de Pombo",
de José Gutierrez Solana
Presidida por don Ramón Gómez de la Serna, vemos a su derecha
nada más y nada menos que a don Cesar González Ruano, dos titanes de las letras.
En el Pombo.
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